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miércoles, 9 de noviembre de 2011

Por los siglos de los siglos

Un día como hoy he podido ver muchas cosas:
1-      Que somos muchos los que tenemos demasiado que contar.
2-      Que no conocemos a los que nos rodean.
3-      Nadie conoce la verdad de nadie.
4-      Y que Dios trajo al mundo a los homosexuales.

Ahora que hay tanto hambre, tanta pobreza y tantos niños abandonados, qué mejor que una pareja de homosexuales que no pueden procrear, para poder adoptar como hijos a tantos niños que necesitan un hogar. ¿Por qué no?

¿Qué hay de malo en sentir diferente?, en pensar de otra manera. A veces uno se da cuenta con un comentario que hace, con decir algo que uno piensa, y basta que con una sola de  las 5 personas que están sentadas en tu mesa se escandalice para luego uno mismo decirse: ¿para qué decir lo que siento?
Sólo se ganan reproches, sermones, gritos, malas discusiones y me vuelvo a preguntar ¿Qué hay de malo en sentir o pensar diferente? ¿Por qué seguir patrones?

No somos fabricados, no venimos de un almacén humano, somos personas cada cual con virtudes y defectos, con formas de pensar, de ver la vida, con historias y crianzas distintas, contamos con criterio, algunos con y otros sin sentimientos, unos felices y otros tristes. Con rencores y resentimientos, algunos otros retraídos, enfermos, discapacitados, optimistas o depresivos.
Hay por ahí criminales, ladronzuelos, estafadores, mentirosos y sin pudor.

Y me pregunto otra cosa: ¿Dónde está el delito por ser homosexual?, ¿dónde está el delito por usar un tatuaje, por ser pobre o por no tener estudios?
A veces me queda la duda si realmente somos obra de Dios u obra del mal. Pasan los años, las décadas, los siglos y milenios y el hombre sigue exactamente igual, evolucionando en la ciencia, en los inventos, pero seguimos siendo los mismos cavernícolas que estrenaron la tierra.
No me siento horrorizada de esto, pues  es parte de mi mundo, no siento que deba culpar a nadie ni sentirme ofendida. Tampoco estoy de acuerdo con las penas de muerte y es mi forma de pensar. No me gusta oír la misa y menos el momento en que todos se dan la paz.

Me gustaría saber cuántos sienten lo mismo, o cuántos se dejan llevar por los patrones con los que hemos crecido, me gustaría saber también si hay alguien que rebalsó el molde o se quedó a la mitad, o simplemente quiso esparcirse por otro lado.

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